La revolución que se produce con la llegada de un nuevo miembro a la familia supone una catarsis inevitable para todos. Tanto si se trata de un bebé como de una mascota, alterar el orden y rutina al que estamos acostumbrados en nuestro hogar resulta complejo por naturaleza y es algo a lo que debemos acostumbrarnos. Esta situación, si cabe, se vuelve mucho más compleja cuando ya hay un niño en ese núcleo familiar que debe asumir que la atención plena para él hasta entonces prestada, a partir de ese momento habrá de ser compartida.
Los celos vienen promovidos por la envidia, el resentimiento o incluso ambas. En los niños surgen cuando estos sienten que su posición a nivel familiar corre peligro, viendo a su nuevo hermano como una amenaza a la hora de conseguir la atención de sus progenitores. Sin embargo, tampoco hay que tratar de evitarlos, pues los celos son una parte indispensable en su desarrollo, ya que les ayudan a madurar y a superar muchos aspectos del autoestima de cara a su futuro. Lo fundamental en todo este asunto es conceder a los nuevos hermanos mayores un tiempo para adaptarse a la nueva situación que les rodea. El cariño de los padres, que al fin y al cabo son el cordón umbilical de un niño, no es a priori algo que sepamos compartir, pero en ningún caso hay que alarmarse, sino dar tiempo y espacio para que todos los miembros asimilen la nueva configuración familiar.
En estos casos, lo fundamental es siempre preparar a los niños ante la llegada de un nuevo hermano. Esta actitud no evita los celos, pero ayudará a que se vayan haciendo, por lo menos, una idea y sientan curiosidad acerca de qué significa eso de “tener un hermano”. El sencillo recurso de “hablar a la tripa” es, de hecho, una de las mejores formas que puede haber para obligarle a comunicarse con el nuevo y futuro muñeco de la familia. En suma, si se le enseña a acariciar la tripa materna, se le muestra cómo habrá de dar cariño al bebé. Indispensable resulta también hacer partícipe al inminente hermano mayor de todos los preparativos que tienen lugar en casa con la llegada de un bebé y de la importancia que tienen sus decisiones y opiniones en el devenir de su nuevo hermano.
Es cierto que se avecinan cambios en casa, pero mostrar cómo las rutinas del niño van a mantenerse requiere de cierta disciplina que no se debe dejar de lado en el trato con el pequeño, pues este podría aferrarse a ciertos comportamientos con la llegada de su hermano que cualquier padre querría evitar. Su mundo emocional va a ser desconcertante en los meses venideros y hay que ayudar al niño a que se sienta seguro en su rutina.
Hablar al niño como si de un adulto se tratara hará que aprenda a preocuparse y aceptar su nuevo rol de hermano mayor para cuidar del pequeño, dejando siempre muy claro, eso sí, que cada hijo es una pieza completamente diferente dentro de la familia, sin comparaciones ni expresiones que puedan conducir a un sentimiento de falta de afecto o de insuficiencia como primogénito. La calidad de los momentos compartidos entre padres y hermanos mayores debe ser fundamental para que nunca dejen de sentirse especiales y únicos, demostrándoles así que, para los unos, esos ratos son tan importantes como para los otros.
Desde luego, no hay que perder de vista que los niños se percatan de absolutamente todo y que los padres deben tener mucho cuidado a la hora de prestar también más atención a un hijo que a otro. Reír las gracias al más pequeño, suele resultar una actitud innata, pero no por ello tiene menos mérito que el mayor aprenda a atarse por sí solo los cordones.
No fomentar la rivalidad entre hermanos es, por tanto, clave para su relación futura y su actitud con el resto de los miembros del núcleo familiar. Con solidaridad, humildad y generosidad, la educación de los niños está garantizada en el respeto y tolerancia hacia los demás.